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– María Angela Muñoz Bustamante
– María Matilde Ibarrola González

Recuerdo de uno de los fotógrafos de La Prensa Austral que cubrió el evento

José Villarroel y Puntarenazo: “Había un ambiente raro en la calle”

Lunes 26 de Febrero del 2024

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  • Periodistas y reporteros gráficos se transformaron aquel 26 de febrero de 1984 en protagonistas privilegiados de un momento histórico para la región y el país. 

Marcos Sepúlveda Loyola

Había un ambiente raro en la calle”, recuerda el fotógrafo de La Prensa Austral, José Villarroel, quien estaba apostado con su cámara ese domingo 26 de febrero de 1984 en la Plaza de Armas Muñoz Gamero, a la espera de la llegada de Augusto Pinochet. Llegó media hora antes y vio una gran cantidad de personas afuera de la catedral.

Al mediodía descendió Pinochet de un automóvil blindado de color negro, y de inmediato un grupo de más de 350 personas empezó a gritar: “¡Asesino, asesino!, ¡Y va a caer, y va a caer!”, mientras adherentes al régimen cantaban a todo pulmón el himno patrio para tratar de acallar los gritos. Fue la primera protesta en la cara del dictador, cuyo rostro estaba enrojecido por la rabia.

“Apenas empezaron los gritos, me acerqué a donde estaba la protesta para hacer fotos”, señala José Villarroel, quien estaba acompañado de otro reportero gráfico del diario al que le dijo: “No despegues los ojos a Pinochet”. Sacar fotografías en ese contexto no era tarea sencilla, ya que había que sortear los palos de los efectivos policiales que intentaban aplacar la manifestación y los gritos de los protestantes quienes, al ver una cámara, pensaban que era un agente infiltrado de la Central Nacional de Inteligencia (CNI), la temida policía política de la dictadura. “Había que tener mucho cuidado porque los militares estaban deteniendo a cualquier persona”, señala José Villarroel, quien confiesa que esa jornada sintió mucho temor.

Eva Vergara: “No se puede comparar con la situación que se vivía en los 70 y 80”

“Reportear una manifestación antigubernamental en democracia o durante los últimos años del régimen militar no se puede comparar con la situación que se vivía en los setenta y los ochenta: cuando se detenía a corresponsales, se los expulsaba, seguía, reprimía durante el reporteo día a día”, escribe Eva Vergara, ex corresponsal de la Agencia The Associated Press (AP) por más de 40 años, en el libro “Corresponsales extranjeros bajo dictadura”. Vergara fue una de las periodistas que estuvo presente el día del Puntarenazo.

Una de las cosas que más impactó a la corresponsal de AP fue que los periodistas que acompañaban a Pinochet en la gira permanecieron parados en una esquina alejada y “varios de los hombres estaban con sus manos cruzadas a la espalda”, señala. “Recuerdo que uno de los pocos que me siguió fue el camarógrafo de TVN”, cuenta, por su parte, el fotógrafo de La Prensa Austral.  

Situación fortuita

Eva Vergara fue la única periodista de prensa internacional presente en el Puntarenazo. Llegó a la ciudad el sábado 25 al atardecer y el lunes partía hacia la isla Picton, uno de los tres islotes disputados por Chile y Argentina en el extremo sur, para realizar un reportaje planificado hacía dos meses por la AP. 

Se hospedó en el mismo hotel que el dictador: el Cabo de Hornos. En el libro “Corresponsales Bajo Dictadura”, cuenta que se topó en una peña folclórica con la ex periodista de La Prensa Austral, Inés Llambías, quien le contó que las organizaciones políticas y sociales protestarían contra Pinochet. Al otro día, se acercó al lugar y durante el reporteo le pregunta al intendente regional, Guillermo Toro Dávila sobre quién estaba detrás de la protesta. El intendente de la época le respondió furioso: “Los curas, los curas”, indicando hacia el interior de la Catedral, donde se habían refugiado los opositores.

“Corrí al otro extremo de la plaza y le consulté al ministro secretario general de Gobierno, Alfonso Márquez de la Plata, si compartía la opinión de Toro Dávila que había acusado a los sacerdotes. Dijo que había que investigar, pero que era evidente que los manifestantes estaban protegidos por la iglesia”, escribe Vergara sobre ese episodio.

En una de esas corridas se encontró con Mario Romero, periodista de la Radio Presidente Ibáñez, quien le pidió las grabaciones de los gritos del intendente. Ella le pasó su casete, el cual apareció junto a lo reporteado por Romero en Radio Chilena y Cooperativa, ambas reconocidas emisoras opositoras al régimen de Pinochet y que en varias ocasiones fueron censuradas.

De vuelta al hotel, un par de sujetos “con aspecto CNI” subieron a buscarla porque un funcionario de presidencia quería hablar con ella. Le preguntó si sabía quiénes eran los organizadores y le mostró decenas de fotografías. “No conocía a ninguno”, recuerda en el libro escrito por los corresponsales extranjeros. La llamaron dos veces más, para que identificara a los involucrados, pero se encontraron con la misma respuesta: “No conozco a ninguno”.

En la noche la obligaron a asistir a una cena en honor a Pinochet en la Zona Franca, en donde se negó a brindar por él.  “Cuando me preguntaron, simplemente les dije que yo no brindaba por él. La cena se me atragantaba (…) Optar por no brindar considero que fue un riesgo”, recuerda en el libro.

New York Times, Miami Herald, The Washington Post, El País, The Times, Le Monde son sólo algunos medios a los que ese día tuvieron vía telégrafo el despacho que Eva Vergara realizó aquel domingo 26 de febrero de 1984. La agencia AP tiene más de 700 periódicos y 5.000 estaciones de televisión y de radio como clientes.

Poco después el diario El Mercurio publicó un artículo editorial, en el que afirmaba que la protesta se había organizado a sabiendas de que había corresponsales de la prensa extranjera en Punta Arenas, pero sólo estaba ella. 

 El rol de la Radio Presidente Ibáñez

Francisco Pérez militaba en la Democracia Cristiana y había participado en los cabildos en los que se decidió protestar contra el dictador. “Nunca pensamos los ribetes que iba a tomar esta protesta”, señala cuarenta años después. El junto a su familia se quedó atrapado en la Catedral, ahí conversó con el sacerdote Marco Buvinic, quien le prestó el teléfono para comunicarse con la radio y avisar de lo que estaba pasando al interior de la iglesia. El director del época de la emisora, Roque Scarpa, le pidió transmitir en vivo lo que estaba pasando, para ello utilizaron una red con la que transmitían la misa dominical (ver nota en páginas 19 y 20).

En los estudios se encontraba Juan Miranda, famoso por conducir el programa “Magallanes al día” y en la unidad móvil estaba un joven Mario Romero, por aquellos años jefe de prensa de la estación. 

La Presidente Ibáñez pertenecía al obispado de Punta Arenas y era la voz del pueblo. “No se metían con nosotros porque nos respaldaba el obispo González y Goic (…) Muchas veces nos amenazaron, pero no consiguieron amedrentarnos”, señala Pérez. 

Gracias a esta transmisión, los gritos de “¡Asesino!” a Pinochet se escucharon hasta Arica. 

La noticias que caldearon el ambiente

La pauta noticiosa de febrero de 1984 fue acaparada por la visita del general Pinochet a tierras magallánicas.

Los altos precios del gas licuado en los vehículos, la necesidad de lograr la industrialización de la Zona Franca, los 4.900 desocupados y las bajas remuneraciones eran los problemas que más aquejaban a los magallánicos, quienes esperaban respuestas de la autoridad.

“En Magallanes, y es forzoso decirlo, existe cierta decepción con respecto a la última visita presidencial, la de hace un año, porque en esa oportunidad se anunciaron soluciones a diversas problemáticas regionales y muy pocas se han cumplido”, denunciaba la editorial de La Prensa Austral el 3 de febrero de 1984.

El día antes que el dictador llegara a Punta Arenas se realizó un Cabildo Abierto en la parroquia Cristo Obrero en donde se propuso recibir a Pinochet con protestas.

Todas estas noticias fueron caldeando el ambiente en una ciudadanía que llevaba casi diez años bajo una dictadura y afectada por una crisis económica que llevó a la caída del Producto Interno Bruto (Pib) en un 14,3%, el desempleo alcanzó al 23,7% y la moneda se devaluó en un 18%.